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EXPERIENCIAS EN JAPÓN

Informe de Imme Arce
Participante en "Japanese-Language Program for Outstanding Students"
Setiembre de 2008



Llevaba ya varios años de estudiar japonés cuando, de repente, un sueño casi dormido se hizo realidad. Esta cultura y, con ella, este idioma, siempre habían despertado en mí un apasionado interés que cultivé con disciplina pero más que nada con gusto.

El “Japanese-Language Program for Outstanding Students” o “Programa le lenguaje japonés para estudiantes sobresalientes” tiene dos semanas de duración y comprende una serie de viajes a lugares famosos, históricos y excepcionalmente bellos a través del país del sol naciente, además de lecciones del idioma y cultura japoneses y un “homestay” en una familia de la localidad.

Quizás suene extraño pero entre más estudiaba el idioma, más lejos estaba este sueño ya que, como es común, conforme se aprende se da uno cuenta de lo mucho que no sabe.Sin embargo, en setiembre de este año, logré eso que pensaba ya imposible, y participé, junto con otras 53 personas de 49 países, en uno de esos viajes que cambian la vida.

Nos quedamos, principalmente, en el “Kansai Kokusai Center”, en Osaka, y de ahí realizamos un viaje a Tōkyō, a Hiroshima y Kyōto. Sólo alguien que haya sido seducido por la cultura japonesa podrá darse una idea de lo que son, por ejemplo, los jardines del palacio imperial, rodeados de modernos rascacielos.

Ya se sabe que Japón es un país en el que convergen de una manera curiosamente armoniosa el presente y el pasado, el silencio y el ruido, la soledad y la multitud.Sería imposible describir todas las vivencias, pero puedo detenerme un poco en cuáles me parecieron particularmente enriquecedoras e interesantes.

Por ejemplo, Asakusa. Asakusa en el centro de la Shitamachi, es una parte que conserva un aire del Tōkyō antiguo. Sensoji, un templo budista, es la principal atracción, pero más que estar allí me dediqué a explorar las callecitas que lo rodeaban, llenas de gente, de comercio, de bulla, de risas, comida, y de una vida burbujeante y alborotada. Me pareció una versión más amplia de lo que es el mercado central aquí.

A diferencia de esto, el templo sintoísta de Itsukushima respiraba un aire de silencio y respeto. El templo, directamente sobre la costa, es de un rojo vibrante, y contrasta de una manera surreal con las montañas verde-azuladas. El antiguo torii, también rojo, puede ser visitado si la marea está baja. Si está alta, se refleja en el agua y es una vista inspiradora.

En Hiroshima, profundizamos en esta triste parte de la historia japonesa. El museo describe con detalles dolorosos lo ocurrido allí, el agua abunda, porque es lo que las víctimas pedían a gritos justo después del ataque. Sin embargo, ver que un país que ha estado tan devastado puede levantarse, avanzar y , con gran esfuerzo, llegar arriba, fue inspirador para mí como costarricense.

Harajuku, también en Tōkyō, es un lugar en el que reinan las modas más extrañas y excéntricas. Las calles, llenas de gente, están rodeadas de tiendas de todo tipo de ropa, y el ambiente es alegre y desinhibido.

De nuevo, esto contrasta con otra vivencia que me fascinó: en el centro, participé en una especie de lección de la ceremonia del té, y las palabras no bastan para describir el estado de mente que despierta. A pesar del terrible dolor de piernas que naturalmente sigue al estar sentado en estilo seiza, la tranquilidad y el bienestar que de ahí emanan son incomparables.

Finalmente, el homestay fue la parte que me parecía más aterradora. Quedarme por una noche con una familia desconocida, sin guías ni compañeros, era una idea que de cuando en cuando me erizaba. Sin embargo, la familia Irie (padre, madre, una adorable niña de un año y un travieso niño de 4) se mostró inmensamente cálida, y aprendí mucho acerca de la vida típica en un hogar de este país.

En el programa aprendí bastante japonés, no sólo en las lecciones, sino propiamente en la calle, hablando con guías, vendedores, asistentes de los trenes, en fin, con cualquier persona que se me pusiera enfrente. Es asombroso cuando uno se da cuenta de que es capaz, con años de estudio, comunicarse en un idioma extranjero. Esas frases y palabras que a veces parecen ilógicas o sin sentido adquieren un significado práctico y profundo. Mi nivel de japonés definitivamente subió en esas dos semanas.

Además del idioma, aprendí mucho sobre la cultura. Antes del viaje había leído textos que trataban sobre la sociedad y las costumbres japonesas. Pero estando allí se ven aquéllas cosas no reportadas. El sólo ir a un conbini o el simple estar en un tren le enseña a un buen observante varios detalles curiosos que sólo se pueden aprender viendo.

No sólo la cultura japonesa fue objeto de aprendizaje. Me relacioné con personas de todo el mundo. Llegué a aprender mucho sobre la religión musulmana, y llegué a conocer gente de países como Kenya, Laos, Polonia…incluso llegué a aprender sobre países que no sabía que existían.

La experiencia en Japón fue revolucionaria para mí. Al regresar a Costa Rica, me vuelve a parecer un sueño, esta vez vivido. He aprendido mucho, inconsciente y conscientemente, y la pasión por este país tan maravilloso y enigmático ha tomado gran fuerza. Mi agradecimiento a todos los que hicieron posible el viaje no tiene límites.

Recomiendo a los que deseen formar parte de este programa estudiar con paciencia, disciplina e interés. De otro modo, no es posible seguir adelante. Esta experiencia es maravillosa, y no del todo imposible. Tal vez requiera de mucho tiempo llegar ahí, pero sin lugar a dudas vale la pena. Lo aprendido ahí nunca se me olvidará.



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